lunes, junio 27, 2016

Jorge González vuelve a vivir en San Miguel y se recupera en la Teletón



La Tercera

A más de un año de su infarto, el músico se mudó a un departamento donde vive junto a su familia y cada mañana llega hasta el Instituto Teletón para empujar una rehabilitación que avanza entre terapias y tardes enteras escribiendo canciones. "Ha sido como volver a la época en que era niño", dice su padre.

Claudio Vergara

Jorge González (51) hoy es uno más. Lo es cuando aparece rigurosamente cada mañana del último mes por el acceso principal del instituto Teletón de calle Alameda, para continuar con su tratamiento de rehabilitación, siempre acompañado de su padre y saludando cordial al personal de la institución. O lo es cuando, un tarde cualquiera, deja el departamento donde reside en la comuna de San Miguel para pasear por una plaza cercana, ir a almorzar con su círculo más íntimo a uno de los restaurantes de comida chilena que funciona en el sector, o comprar frutas en un minimarket situado a escasos metros, donde también destacan su personalidad afable.

Luego del infarto isquémico cerebeloso diagnosticado en febrero del año pasado, y que lo hizo abandonar su vida en Berlín para instalarse definitivamente en el país, el cantautor ha debido readaptarse a una disciplina de hábitos, horarios y lugares casi desconocidos para su rutina de la última década. Ha vuelto a vivir y actuar como el ciudadano González.

De alguna manera, el músico hoy atraviesa una suerte de segunda etapa en el complejo proceso de recuperación detonado por su enfermedad. Luego de un 2015 marcado por su lucha contra las secuelas del accidente -algunas irreversibles, concentradas en el habla y en su motricidad, y que pusieron en riesgo su vida-, la nueva fase tuvo su inicio no oficial en el conmovedor show del 27 de noviembre en Movistar Arena, su regreso a los escenarios y su única aparición en vivo en días de convalecencia.

Tras el espectáculo, el cantante le reveló a sus cercanos que se había sentido estremecido ante el apoyo del público, como un empujón anímico que hasta lo hizo fantasear con repetir el hito, aunque a menor escala. Pero los planes más bien giraron hacia su mundo privado.

De regreso a la cuna

El principal anhelo para principios de este año apuntaba a mudarse de país y volver a vivir a España, donde residió entre 2008 y 2011 junto a su ex esposa, Loreto Otero, y sus hijos. De hecho, la propia Otero, todavía radicada en esa nación y con quien hace una década formó el dúo electrónico Los Updates, volvió a Santiago por un tiempo, con el propósito de irse de vuelta con el ex Prisionero, para que continuara su mejoría al otro lado del planeta.

Pero una serie de coyunturas abortaron el viaje y todo volvió a cero. Aunque a medias. En abril, el intérprete decidió dejar la casa que ocupaba desde mediados del año pasado en La Reina -una residencia amplia y de entorno natural, para muchos clave en su recuperación- para trasladarse a un departamento en el piso 12 de un edificio levantado en el corazón de San Miguel. Debido a esas rutas inesperadas que a veces traza el destino, el hijo pródigo volvía a su cuna: a los rincones donde empezó su leyenda.

Y lo hacía 30 años después de la última vez que vivió de forma más permanente en esa comuna, ya que en 1986, en pleno estallido Prisionero, se fue del hogar de sus padres en la calle Novena Avenida y se instaló en Beauchef, en la legendaria casa de Santiago centro donde se grabó el video de Sexo. Además, como un sutil contrapunto, los rockeros que alcanzan estatura de mito casi nunca regresan a las calles donde comenzó todo: John Lennon, fascinado con Nueva York en los 70, jamás volvió a pisar Liverpool, mientras que Elvis optó por escapar para siempre de la pobreza y la desdicha familiar que evocaba su natal Tupelo.

“El está tranquilo en San Miguel, hace una vida muy de barrio. Cada vez que salimos  la gente le tira buena onda y siente como si hubiese retornado uno de los suyos”, describe Gonzalo Yáñez, el músico más cercano a González en el último decenio. El salto de una comuna a otra también significó un cambio de mando en los responsables de su cuidado. Si durante el año pasado la custodia recayó en su representante, Alfonso Carbone, y en su hijo mayor, Antonino González Salas, quien incluso congeló todo un año de estudios en la Universidad de Valparaíso para concentrarse en el tema, ahora los encargados son el padre del cantautor, Jorge González Ramírez (77), cantante de boleros y rancheras conocido como Koke Rey, y hoy dedicado a comercializar timbres de goma; y su hermana, Zaida González, médico veterinaria y reconocida fotógrafa local. Con ambos vive en ese departamento ubicado a pocas cuadras de Gran Avenida y del actual Liceo Andrés Bello, el establecimiento donde nacieron Los Prisioneros.

Jorge González padre continúa: “Estar de nuevo con él ha sido como volver a la época en que era niño, cuando era muy apegado a mí. Cuando era pequeño dormía en mi pecho, íbamos al estadio, andábamos en tren, jugábamos a la pelota con los chiquillos del barrio. Era muy lindo. Ahora es volver a tenerlo bajo mi cuidado: bañarlo, cocinarle, darle comida. Como padre ha sido maravilloso”.

En su actual vivienda, el autor de La voz de los 80 pasa sus días en calma y con la vida bajo ritmo cansino, ya que aún presenta importantes dificultades para caminar y para mover sus extremidades, sobre todo el brazo izquierdo. “Aún camina con cierta complejidad, pero ahora lo está superando. Al comienzo se cayó muchas veces, pero hoy está algo más firme y hace algunas cosas solo, como caminar. Le costaba pararse y sentarse, pero eso ya está siendo superado”, agrega su progenitor.    

Ante esas condiciones, intenta trasladarse lo menos posible y consagra sus horas a un computador donde lee, ve videos, envía links de YouTube a sus cercanos, postea en su cuenta de Facebook fotografías, mensajes concisos y dibujos, y escribe letras para canciones de destino aún incierto, gran parte de ellas inspiradas en su trance actual. También destina parte de su tiempo a dibujar gatos, el animal presente en varios capítulos de su obra.

Hace un par de semanas se dio el trabajo de pesquisar todas las letras que había redactado en el último tiempo y se las mandó a Yáñez para que les pusiera música. Una de ellas se titulaba Gracias y estaba dedicada a las personas que han estado junto a él en su hora más oscura. El método es algo engorroso, pero efectivo. El sanmiguelino envía vía mail sus composiciones, mientras su camarada graba la música, las canta y le despacha un audio de vuelta para que se las aprenda.

Otro de los miembros de su banda, el bajista Jorge Delaselva, también ha trabajado con González un track pensado en las abuelas. “Con Jorge tenemos una relación especial con esa figura, fueron una especie de madres para nosotros”, relata el músico, encuadrando las circunstancias en un concepto claro: hoy el ex Prisionero escribe con la brújula hacia su pasado más íntimo.

Todas esas creaciones adquieren un cuerpo mayor los viernes de cada semana, cuando su grupo de cinco músicos llega a su departamento a ensayar, sacarlo a pasear y pedir pizzas (lo que siempre lo hace recordar su fanatismo por Las Tortugas Ninja). Pedropiedra, su baterista, es el encargado de llevar el estudio portátil con que graban las sesiones.

Todos guardan el secreto deseo de montar una presentación en un lugar pequeño antes que termine el año, pero las actuales condiciones moderan el optimismo, ya que González está impedido de tocar con normalidad cualquier instrumento. A momentos pulsa el teclado con una de sus manos, pero son apenas chispazos que se diluyen rápido.

Su estado de salud no ha sufrido grandes variaciones desde el año pasado. Aunque su lenguaje y sus capacidades mentales están estables, su motricidad ha evolucionado muy de a poco y su estado anímico sufre drásticas oscilaciones. Tampoco puede hablar por períodos muy prolongados, ya que se cansa con facilidad. “Koke” González lo corrobora: “Tiene sus bajones, es lógico. Una persona tan activa, verse imposibilitada de hacer todo lo que hacía, lógicamente se desespera. Pero son momentos cortos, él está avanzando bien. No creo que llegue a estar 100%, pero su mayor anhelo es volver a tocar de nuevo. Está haciendo planes para hacer shows en hospitales, centros de ancianos y de niños, él quiere devolver la mano”.

Como una forma de contextualizar, la neuróloga Evelyn Benavides, de la Clínica Dávila, dice que los pacientes que enfrentan esta clase de deterioros viven su mayor período de mejoría entre los tres a cuatro primeros meses tras el accidente, cuando el cerebro se readecúa a su nueva condición, para después ingresar a un ciclo donde los avances son muy lentos, sólo estimulados por una terapia intensiva. Eso sí, las posibilidades de un desenlace fatal son más relativas -“la mayoría de las muertes ocurre dentro del primer mes”, puntualiza- y sólo precipitadas por otra clase de complicaciones, como, por ejemplo, una neumonía.

En la Teletón

Hoy el tratamiento del músico se remite a visitar de manera periódica a su equipo tratante de una clínica emplazada en La Reina y a llegar todos los días en taxi al área de kinesiología del centro Teletón ubicado en Estación Central, donde realiza 40 minutos de ejercicio en un aparato robotizado llamado Lokomat. Se trata un sistema que reproduce el caminar normal de una persona gracias a una cinta y al uso de dispositivos en su cuerpo (ver infografía). El fin principal del equipo, uno de los más especializados del organismo, es mejorar de modo gradual la postura, la marcha y los movimientos en pacientes con daño neurológico.

Su llegada a la institución fue recomendada por el staff que lo trata hace un tiempo, con la intención de explorar otras rutas para su tratamiento. De hecho, la Teletón accedió de manera excepcional, ya que su labor se centraliza en niños y adolescentes. Al recinto el hombre de Tren al sur arriba casi siempre con chaqueta de cuero, buzo y zapatillas, caminando por los sectores comunes y sin secretismo alguno. Para llegar a la hora, se levanta en plena madrugada, lo que aprovecha para disfrutar de desayunos extensos, integrados por café, frutas y huevos fritos, uno de sus bocados favoritos.

Por otro lado, su nuevo vínculo con la Teletón carga un carácter particular: siempre estableció una relación intensa con la campaña solidaria. El minuto de mayor fricción vino en 2002, cuando llegó junto a Los Prisioneros para presentarse en el cierre del Estadio Nacional. Aunque nunca criticó los objetivos principales de la cruzada, y siempre se mostró como un rockero dispuesto a colaborar (también estuvo en las ediciones de 1985 y 1990), se dio el tiempo para disparar contra los flancos más  tradicionales que abre la maratón televisiva.

“¡Qué lindo!, ¿no? Qué bonito que se pueda transformar una cosa en otra. Que de todo el ego gigante, que todas las ganas de figurar que tenemos los artistas, se puedan transformar en ayuda a los niños. Que de toda la avaricia y el sentido del buen negocio que tienen las empresas, se pueda ayudar realmente a los niños”, soltó antes de interpretar Quieren dinero. Se estima que su paso por la entidad se extenderá hasta julio, para después ingresar en otros pasos de su recuperación, entre los que figura una evaluación siquiátrica.

Pero la Teletón no es el único lazo restaurado por el compositor. Quizás como parte de un presente que despierta otras sensibilidades, González decidió en enero escribirle un correo electrónico a Claudio Narea, su ex camarada y con quien ha mantenido una distante relación en los últimos años. El mensaje sólo buscaba levantar bandera blanca, algo así como transmitir buenos deseos en instantes de penumbra, y obtuvo una respuesta igual de escueta y protocolar de parte del guitarrista. Narea confirma que recibió tal mail, pero declinó profundizar en el tema.

Hasta ahí llegó el contacto y no hubo otro acercamiento entre ex aliados cuya amistad se fracturó para siempre. Pero nuevamente las circunstancias se encuadran en un concepto claro: en el trance más nebuloso de su existencia, González ha encontrado en la calma y la reconciliación su refugio más pleno.


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