domingo, julio 27, 2014

Los anales de la lírica en Chile bajo la mirada del melómano Orlando Álvarez

El Mercurio

Gracias al sello El Mercurio-Aguilar, y con el apoyo de la UDP, llega a librerías "Ópera en Chile. Ciento ochenta y seis años de historia (1827-2013)", una investigación pormenorizada, pero también llena de anécdotas, del inicio y desarrollo del género en nuestro país, con especial énfasis en el Teatro Municipal de Santiago.

Maureen Lennon Zaninovic

"Abogado, profesor universitario, políglota y lleno de un encanto polifacético. Se llamaba Orlando Álvarez Hernández (1935-2013)".

Esa fue parte del discurso fúnebre, pronunciado en diciembre del año pasado por el también abogado Carlos Cruz-Coke, recientemente fallecido, amigo entrañable de este ex ministro de la Corte Suprema y junto a él uno de los importantes promotores del género lírico en nuestro país.

De manera paralela a su rol judicial y su trabajo docente, Orlando Álvarez desarrolló -durante casi medio siglo- una apasionada y contagiosa afición por la ópera. El propio Andrés Rodríguez, director del Teatro Municipal de Santiago, destacaba en este diario, a propósito de su partida, que fue una persona tremendamente determinante e influyente en la difusión de este género en Chile. "Fue miembro de la Sociedad de Amigos de la Ópera, del directorio de la Corporación Cultural de Santiago y crítico corresponsal de la revista más prestigiosa que hay en el mundo en la materia. Tenía una mirada muy amplia, muy equilibrada en cuanto a sus gustos. Nunca se cerró a la innovación: era un defensor de ir estrenando obras nuevas en Chile".

Una pasión que, además, este operático fue plasmando -primero en manuscritos y posteriormente en computador- en numerosos textos. Junto con ello, fue sumando recortes, fotografías históricas y anécdotas que él mismo le tocó presenciar en calidad de protagonista privilegiado. Todo un acervo que tuvo un inesperado corte en diciembre, tras su fallecimiento.

"Él estaba trabajando en un libro sobre la ópera en Chile. Afortunadamente, cuando murió, ya estaba casi listo", comenta a "Artes y Letras" su hija, la periodista Isabel Álvarez. Agrega que "simplemente faltaba la revisión final que hizo la hermana de mi padre, María Teresa, con mucho cariño y se creó un comité editorial que integramos yo; mi mamá, Marta Bulacio de Álvarez; mi tía; el asesor de 'El Mercurio' Francisco José Folch; la editora Consuelo Montoya, y el musicólogo José Manuel Izquierdo" .

El resultado es "Ópera en Chile. Ciento ochenta y seis años de historia (1827-2013)", publicado por el sello El Mercurio-Aguilar con el apoyo de la Universidad Diego Portales y su rector, Carlos Peña, y que será lanzado próximamente en el Coliseo de Agustinas. Se trata de un completo estudio de la historia del género, desde Isidora Zegers hasta los montajes más recientes. Incluye cientos de historias y crónicas, todas ellas cruzadas por desconocidas y sabrosas anécdotas contadas de muy buena fuente por su autor (ver nota relacionada).

Francisco José Folch escribe en el prólogo que estamos ante la investigación más completa editada, hasta la fecha, en el país y que se suma -entre otros libros publicados- a la primera obra de Orlando Álvarez sobre este tema: "Una década de ópera en el Teatro Municipal de Santiago. 1983-1992". También valora su rico anecdotario, partiendo por los admirables intentos de Isidora Zegers y la Sociedad Filarmónica por introducir en el siglo XIX el género y que dio como fruto la primera representación de una ópera completa: "El engaño feliz" de Rossini (26 de abril de 1830), en Valparaíso. De esta manera comenzaría el despegue de una atracción que prevalecería sin contrapesos en el interés cultural de la elite de esa época: "Tanto -afirma el autor, en uno de los muchos sabrosos datos anecdóticos que recoge-, que 'los diarios exigían al Gobierno que se decretara como idioma oficial el italiano, para que así los niños pudieran comprender las óperas desde su más tierna infancia'".

La hija de Orlando Álvarez comenta que "este libro habla de lo que para él fue una de las pasiones más importantes de su vida. Para nosotros como familia es realmente muy emocionante que se publique: tanto mi mamá como sus cuatro hijos vimos junto a él montajes maravillosos y compartimos momentos increíbles. Desde muy chicos nos familiarizó con este mundo, nos explicó con paciencia argumentos, contextos históricos y arias. Mi papá nos transmitió su saber de manera muy entretenida, nunca como una imposición. Me encantaba acompañarlo al Teatro Municipal de Santiago porque en el intermedio siempre alguien lo interceptaba y le preguntaba, 'bueno Orlando, ¿qué te ha parecido'? Su voz era muy respetada. Pero siempre su crítica fue medida. Él era juez y supo administrar la justicia hasta en su gran amor, la música".

"Era un perfeccionista"

La periodista añade que como en 2013 su padre ya estaba muy enfermo y no pudo asistir a todas las funciones, se decidió incluir en el texto -y para darle mayor actualidad- las óperas que se dieron ese año en el Coliseo de Agustinas, cada una de ellas acompañadas por las críticas publicadas en este diario. "Y sumamos un anexo con los montajes fuera del Municipal que se presentaron en 2013, como el 'Così fan tutte' de Mozart, una producción de Miryam Singer y Eduardo Browne que alcanzó a ver y le gustó muchísimo".

El volumen también incluye un recuento muy detallado de las temporadas líricas, índice onomástico y las voces de los siglos XX y XXI. "Por eso sentimos que será un material invaluable de investigación, con muchos datos inéditos, para las nuevas generaciones", comenta el musicólogo José Manuel Izquierdo.
Isabel Álvarez considera que su padre llevó un registro muy minucioso, "partiendo por sus investigaciones en la Biblioteca Nacional, desde sus tiempos universitarios. Fue riguroso y exhaustivo al hacer este libro, tanto así que el tiempo le ganó en los plazos propuestos. Seguramente más de alguien encontrará nuevos datos o precisiones que aportar, pero pensamos que era mejor publicarlo aun a riesgo de no haber sido revisado, como él sólo pudo haberlo hecho. No queríamos que esta valiosa información siguiera guardada, porque él fue siempre generoso con sus conocimientos".

José Manuel Izquierdo añade que muchas veces, cuando le tocó trabajar en el Centro de Documentación del Teatro Municipal (DAE), el autor lo llamaba para "precisar un dato muy específico, como la presentación de una cantante que solo actuó una noche en el Coliseo de Agustinas. Y nos tenía a todos buscando el nombre de esa artista. Era un perfeccionista".

Su pasión y erudición por la materia para muchos fue una de las aristas más sorprendentes de su personalidad. Francisco José Folch desempolva que le "es inolvidable una anécdota suya con ocasión de mi matrimonio, en 1980. Yo me había preocupado especialmente de la música para la ceremonia religiosa, encomendándole al talentoso maestro Luis González Catalán varios pasajes de ópera en transcripción para órgano. El gran instrumento de la Recoleta Dominica aún funcionaba entonces, y la acústica del templo era grandiosa. Para la salida, había programado los apoteósicos compases finales del Prólogo de 'Mefistofele', de Boito. Resultó musicalmente muy bien, aunque más largo que la caminata de salida, y me pareció que los invitados no lo estaban apreciando particularmente. Y, para mi decepción, en la fiesta posterior nadie me comentó nada al respecto. Excepto Orlando. Apenas nos encontramos, estalló en agitadas exclamaciones: '¡Qué magnífica música! ¡Qué maravilla! ¡Sublime! ¡Yo me quedé en la iglesia solo con Marta (su esposa), escuchando hasta la última nota, no me podía perder eso, tenía el pelo erizado y me corrían las lágrimas!'. Orlando me hizo sentir que todo el despliegue musical había sido debidamente valorado".

Historia de una pasión

En los años 60, bajo el gobierno de Eduardo Frei Montalva, y un grupo de apasionados operáticos formaron la Corporación de Arte Lírico (CAL) con el fin de reposicionar la ópera en nuestro país y levantar al Teatro Municipal como un coliseo de primera línea. Con bastantes pocos recursos, pero mucha agudeza e ingenio, Luis Ángel Ovalle, Jorge Dahm, Pablo Garrido, Carlos Cruz-Coke y Orlando Álvarez, entre otros, se lanzaron a cumplir esta tarea titánica y difícil, no solo por el acotado presupuesto con el que contaban, sino, fundamentalmente, por la lejanía geográfica y porque había que crear una inexistente red de contactos internacionales.

"Y lo hicieron ad honorem , solo por su pasión por el género. Trajeron, casi con cero pesos, a artistas fantásticos como Plácido Domingo, Ramón Vinay y Regina Resnik", rememora su hija. Y añade que su padre integró un grupo, que como bien se lee en el libro, estuvo conformado por verdaderos "Locos Adams". "No tenían formación, pero sí mucho optimismo y ganas. Cuando traía a los cantantes al Teatro Municipal, se preocupaba de atenderlos muy bien, de agasajarlos, de irlos a buscar al aeropuerto. Todo era muy personalizado".

Isabel Álvarez puntualiza: "Su ópera favorita era 'Falstaff' de Verdi y Maria Callas su adoración de toda la vida. También fue muy admirador de las cantantes chilenas y promotor de sus carreras: Verónica Villarroel, Ángela Marambio, Claudia Parada, Marta Rose y Victoria Vergara, entre tantas otras. Era muy caballero, de mandar flores, siempre una notita, comentándole que estuvo fantástica".

 La negativa de Enrico Caruso para venir al país

"En esa época (primera mitad del siglo XX), compañías líricas hacían giras por Sudamérica. Normalmente, después de actuar en Brasil y Argentina pasaban a Santiago. No sin ciertas dificultades porque entonces el tren se interrumpía en Puente del Inca, debiendo los pasajeros seguir el viaje hasta Las Cuevas, cabalgando en mula durante seis horas y tomar otro tren hasta Los Andes. Grandes cantantes como Riccardo Stracciari, Amelita Galli-Curci y Miguel Fleta debieron atravesar la cordillera de ese modo. Sin embargo, hubo uno que se resistió a hacerlo y que canceló su contrato: Enrico Caruso. El hábil empresario chileno Renato Salvati había logrado contratarlo en 1917, pero su negativa a 'atravesar las montañas en burro' -como lo sostuvo públicamente- obligó al empresario a negociar su contrato con los teatros de Rosario, Córdova y Tucumán, los que tuvieron, en consecuencia, el privilegio de escuchar a Caruso en las mismas fechas en que debía haber actuado en Santiago".

Fragmento escogido

Grandezas y miserias de nuestras temporadas líricas

"La historia de la ópera en Chile es un poco la trayectoria misma de este país: ha habido momentos de auge y de decadencia, grandezas y privaciones, resplandores y oscuridades", escribe Orlando Álvarez en las notas preliminares de su libro.

El volumen, que recorre desde la labor pionera de Isidora Zegers hasta montajes más recientes de 2013, da cuenta fielmente de ello y de cómo el género lírico logró sobreponerse -no siempre con buenos resultados- a diversas coyunturas políticas y económicas e inclemencias varias, incendios, terremotos y huelgas.
Álvarez consigna, entre otros hitos, la inauguración del Teatro Municipal de Santiago en 1857 y que en 1910, con motivo de la conmemoración del centenario de la Independencia de Chile, el Presidente Pedro Montt estableció en forma permanente la función de gala con una ópera completa el día 18 de septiembre, tradición que continúa hasta nuestros días y que sólo se vio interrumpida en 1973. Dentro de los puntos más relevantes de los inicios, el autor cita que en 1889 por primera vez se estrenó en Chile una ópera de Wagner: "Lohengrin", eso sí, en italiano. "Si a lo anterior se agrega el estreno, en 1886, de Falstaff de Verdi, a sólo tres años de su estreno en Milán, se puede concluir que a fines del siglo XIX Santiago de Chile podía considerarse una de las grandes metrópolis del mundo, operáticamente hablando".

La crisis económica de 1930 pegó fuerte en nuestro país y significó que la Facultad de Artes de la Universidad de Chile, hasta mediados del siglo XX y bajo la dirección de Domingo Santa Cruz, se convirtiera en el principal centro cultural, desplazando al Teatro Municipal de Santiago. Pero la pasión por la ópera no decayó. En su libro Álvarez testimonia que, en un esfuerzo por popularizar el género, en 1941 "se organizaron presentaciones de Aida y Carmen en el Estadio Nacional, en el que se trató de crear un ambiente similar al de la Arena de Verona". En 1957, con motivo del centenario del Coliseo de Agustinas, se produjo un repunte de este escenario con la participación de importantes cantantes internacionales, entre ellas las chilenas Claudia Parada y Marta Rose, pero, como advierte Álvarez, fue "un mero saludo a la bandera".

Capítulo aparte son las creaciones de la Corporación de Arte Lírico (CAL), entre 1966 y 1970, y la Sociedad Chilena de Amigos de la Ópera (SAO), esta última entre 1973 y 1982. Los antecedentes de la primera no fueron fáciles. Durante el austero gobierno de Jorge Alessandri, y en especial entre 1964 y 1965, "no hubo actividad lírica en el Teatro Municipal y sólo algunas escasas óperas se dieron en el Teatro Cariola. El país estaba más preocupado de la llegada del nuevo Presidente Eduardo Frei Montalva". Pero, como rememora Álvarez, el milagro se produjo y parte importante de este impulso fue la asunción del alcalde de Santiago Manuel Fernández Díaz, quien dio todo su apoyo a la formación de la CAL y con ello se repusieron las temporadas y la visita de grandes artistas internacionales.

Las cancelaciones en la UP

Años después, con el arribo de la Unidad Popular, se tornó particularmente difícil para este grupo. En noviembre de 1970, por ejemplo, se pusieron a la venta los abonos para solo cuatro títulos, entre ellos "Aida", con Gilda-Cruz Romo. "Sin embargo, el Sindicato de Trabajadores y Técnicos del Teatro Municipal, que era partidario del nuevo gobierno de la Unidad Popular, logró que el alcalde (el radical Ignacio Lagno) cancelara toda la temporada, aduciendo que solo espectáculos con contenido social y cantantes chilenos debían presentarse en dicho escenario, lo que obligó a la CAL a devolver el dinero a las personas que ya se habían abonado".

Más adelante, durante la administración de la SAO, se produjeron varios puntos altos, entre otros la contratación del director argentino Michelangelo Veltri, quien había debutado con gran éxito en el Metropolitan Opera House de Nueva York. La era de Andrés Rodríguez (1986 hasta nuestros días) ocupa varias páginas. Álvarez destaca la consolidación del elenco nacional (hoy conocido como ópera estelar), la visita de prestigiosas figuras como la mezzo griega Agnes Baltsa, en 1993, con "Carmen" y el barítono italiano Leo Nucci; y el año 1994, que "marcó el esfuerzo más ambicioso de la era Rodríguez hasta entonces: Der Ring des Nibelungen , la tetralogía wagneriana jamás presentada en su totalidad en Chile". El autor considera que la temporada 1998 fue la mejor y más prolongada de la actual administración (contempló 9 títulos) gracias a la actuación de la Ópera Kirov de San Petesburgo, que revivió "Boris Godunov" y estrenó en Chile "Khovanschina", de Mussorgsky. Otro acierto de ese año fue "Jenufa", de Janácek, y "La Traviata" con la soprano chilena Cristina Gallardo-Domâs.

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