miércoles, enero 23, 2013

Quilapayún, historia y política

Mirada al Sur


Acaba de aparecer el nuevo disco del grupo chileno dirigido por Rodolfo Parada y Patricio Wang. Su director artístico repasa la trayectoria y actualidad de la banda.

Con cinco décadas de trayectoria, ¿qué significa un nuevo disco?
–Teníamos mucho material nuevo acumulado que no habíamos podido grabar con todo este asunto de la crisis del disco. Habríamos podido regrabar canciones emblemáticas o reciclar las muy conocidas de otros autores para asegurar la aceptación de este CD después de varios años sin una nueva producción de estudio. Sin embargo, junto a Patricio Wang, Patricio Castillo, Álvaro Pinto, Mario Contreras y Rodrigo González, mantuvimos el objetivo de hacer algo original, con respeto artístico por lo que debía seguir siendo Quilapayún. Y ese es el mayor logro: asumir el riesgo de que un grupo longevo como el nuestro y asociado a ciertas canciones que están en la memoria popular, proponga innovaciones que buscan abrirse paso entre un público conquistado y otro por conquistar. Es una manera de poner en primer plano el esfuerzo creativo interno al grupo, un poco oculto por algunas canciones sobresalientes, algunas incluso de otros autores. Es la primera vez que un disco nuestro sale editado simultáneamente en varios países, Chile, Argentina y España, y esperamos el resultado de otras ediciones en el mundo, México, Brasil e Inglaterra. Ojalá que esto sea el signo de un interés renovado por el grupo, porque nosotros tenemos el deseo de continuar expresándonos a través de este importante medio artístico que es Quilapayún. Porque lo que motiva hoy a los miembros de nuestro grupo –de distintas generaciones– no es tanto lo que fue, sino lo que es y lo que será, poner a prueba nuestra capacidad para inventar y crear, con pasión y alegría.

–¿Cómo evaluaría estas cinco décadas en lo musical dentro del grupo y dentro del panorama folklórico chileno?
–Fuimos el grupo de protesta, el que se jugó por el gobierno de Allende, el del exilio y el que cantó el retorno de la democracia, el del desexilio, y hoy, el que sigue haciendo arte chileno desde Europa. Está en nuestro temperamento sentirnos en desarrollo constante, tratando de no quedar adheridos a un estilo musical concreto o a una época determinada. Al mismo tiempo, cada una de las etapas que vivimos nos obligó a ponernos en cuestión todo el tiempo, redoblando la curiosidad contenida en nuestro temperamento. Es esta ambición de renovación permanente la que nos hizo extender nuestras raíces a todo el continente, nutrir nuestras canciones con elementos de la música popular, incursionar en obras de largo aliento como las cantatas, enriquecer nuestra temática con los aires del tiempo, integrar todo el bagaje de Patricio Wang en relación con la música contemporánea, desplegar la excelencia interpretativa y la sensibilidad renovada de los integrantes más jóvenes del grupo. Por eso es que consideramos que después de todos estos años, Quilapayún se asimila más bien a un proyecto. Ahora bien, nuestro camino no corresponde exactamente a lo que se concibe como “música folklórica” aunque nos ha ocurrido recrear temas provenientes del folklore. Para nosotros el desafío artístico no está en la preservación del folklore estricto, sino en crear apego a la tradición, dentro de un espíritu de búsqueda y de innovación.

–¿Cambió el tipo de público desde el primer recital de Quilapayún en Europa?
–Por supuesto. El público va cambiando tal como las sociedades y el mundo en general. Dejando de lado una pequeña gira que hizo el grupo como parte de un colectivo de artistas el año 1967, la primera gira en solitario la emprendimos en 1970, nombrados embajadores culturales por el recientemente elegido presidente Salvador Allende. Con este título estrictamente honorífico emprendimos una gira de seis meses, entre octubre de 1970 y abril de 1971. Se trataba de que la cultura chilena contribuyera también a divulgar la buena nueva: había triunfado el primer presidente socialista elegido a través de un voto democrático, Chile sería un país distinto en el tercer mundo, nosotros sabríamos efectivamente hacer rimar libertad con igualdad. La acogida fue espectacular. Porque lo que se conocía en Europa era una música latinoamericana de corte más bien pintoresco. El estilo combatiente del grupo más una serie de canciones frescas interpretadas por jóvenes triunfantes era una combinación imparable. El 11 de septiembre de 1973, día del golpe de Estado de Pinochet, nosotros nos encontrábamos de gira en Francia. A partir de ese momento comenzamos a vivir la experiencia de artistas forzados al exilio. Si la frescura de las canciones combatientes y triunfantes nos habían merecido hasta el año ’73 una importante audiencia en ciertos países, el carácter simbólico otorgado al grupo a partir del exilio contribuyó a una gloria inesperada. Porque el extenso movimiento de solidaridad fortaleció nuestra imagen frente a públicos de todas la edades y de todas las pertenencias políticas, deseosos de expresar, entre puños en alto, gritos y llantos, su empatía con nuestra tragedia. Así, de la noche a la mañana nos vimos convertidos en vedettes mundiales. "El pueblo unido", "La batea", "La muralla" y otras canciones, nos ganaron la simpatía y la admiración de miles y miles de personas en los más diversos países La diferencia es que ahora estas canciones capitalizaban la condenación al régimen dictatorial y la contribución internacional a la lucha democrática chilena. Cuando decayó el movimiento solidario y sobre todo cuando se terminó Pinochet, el público disminuyó consecuentemente y cambió también de carácter. Obviamente, los que pudieron ir más allá de su manifestación solidaria y se compenetraron, a través de nuestras canciones, de Chile, Latinoamérica, su cultura y sus evoluciones sociales y políticas, siguen hoy siendo fieles seguidores del grupo y de lo que representamos en tanto expresión artística original.

–¿Cómo repercutieron esos cambios dentro del grupo en la relación música-política, música-ideología y música-sociedad? 
–Bueno, en la pregunta hay una constante: música. Nosotros concebimos nuestros discos no sólo como un hecho musical, sino como un hecho cultural, como un diálogo con la época y la sociedad a través de nuevas proposiciones temáticas y sonoras. La relación música-sociedad sigue inalterable: los cambios de época acrecentaron nuestra preocupación “profesional” por lo artístico.

–Sin embargo, en los ’70 se alejaron del Partido Comunista. ¿Cuáles fueron las razones?
–En aquellos años éramos militantes de la Juventud Comunista (la J), algunos formalmente y bien convencidos, otros por mimetismo, más bien siguiendo la corriente. A pesar de todo, constituíamos una "célula" y actuábamos de manera "orgánica". Nuestra partida de la J ocurrió en 1979 y tuvimos tres tipos de razones. Una primera, no estar de acuerdo con una línea política del PC chileno que se debatía entre lucha armada y alianzas democráticas para combatir a la dictadura de Pinochet. La segunda, lo que reveló la crisis en Polonia, es decir, comprender que el leninismo no era la panacea del movimiento obrero y de la construcción de un Estado democrático. La tercera, la pérdida de confianza en la democracia interna del partido, en su capacidad de escucha respecto de anomalías en su aparato cultural. Cuando planteamos todo esto en una reunión importante que tuvo lugar en París, nos dimos cuenta de que el PC chileno era un monolito y que el resguardo del "aparato" era prioritario. Nos fuimos. Después de esta experiencia de "grupo militante" decidimos que de ahí en adelante Quilapayún, en tanto grupo, se reuniría en torno de los principios generales de la izquierda, sin por ello militar en ningún partido. Quilapayún sigue siendo un grupo "político" en el sentido que ejercita una mirada crítica respecto de la vida en sociedad y toma partido. Pero lo que lo distingue del período anterior es que ahora lo hace sin imperativos ideológicos, sin intención proselitista ni espíritu mesiánico.

–¿Sigue el socialismo siendo la meta?
–Los barbudos marxistas de los años ’70 vimos desfilar bajo nuestros ojos hecatombes espeluznantes. No sólo la chilena. Más esencial aún, el derrumbe irrecuperable de la utopía que alimentaba a más de la mitad de los humanos. Como esta misma mitad de humanos, nosotros también hemos tenido que sacar lecciones de todo esto. Las nuestras, más allá de doctrinas y manuales, nos llevan a reforzar los principios que sustentaban nuestras utopías. Tenemos convicciones de izquierda, lo que en términos simples significa que contrariamente a lo que se imagina la gente de derecha, uno no se hace solo, a fuerza de voluntad y de sacrificios. Lo esencial de lo que uno es se lo debe a la escuela, al medio social, al contexto republicano, a las posibilidades de evolucionar en el trabajo, a la existencia de un buen servicio de salud, a la cultura que nos rodea. Todas cosas que son puestas al servicio del individuo por una fuerza colectiva, como el Estado, las colectividades públicas, las organizaciones sociales, en fin. Seguimos pensando que hay muchas injusticias que reparar. Y que hay que luchar para que nuestras sociedades sean más fuertes y sanas. Una de las grandes derivas de nuestra época es el ultraliberalismo, es decir, una economía librada a su propia suerte, cuya lógica no es el bienestar para la mayoría, sino el enriquecimiento desenfrenado. Y como la economía dirigida por el Estado ya no pertenece al terreno de la utopía, el problema que se le plantea a la política de izquierda sigue siendo el cómo desarrollar una sociedad que conjugue, con justicia, la vida en comunidad con la autonomía individual. Algunos asimilan estos planteamientos a las respuestas que debe aportar el "socialismo".

–¿Cuál es su visión de los distintos procesos latinoamericanos desde una Europa que se debate en la crisis?
–Cuarenta años después de haber llegado a Francia la mirada nos parece muy distinta. Principios de los ’70 era la época de las dictaduras militares con la consecuente ola migratoria de carácter político, en donde nos confundíamos chilenos, argentinos, brasileños, uruguayos, bolivianos, peruanos… Emigrados particulares, éramos acogidos de manera solidaria y generosa, al punto de que muchos pudimos continuar nuestra lucha cultural, política, intelectual. Digamos que Europa tenía una postura "humanitaria", a pesar de que la realpolitik nunca posibilitó rompimientos diplomáticos o económicos con nuestros países. Hoy, algunos de los actuales regímenes democráticos latinoamericanos llaman bastante la atención en Europa. En medio de una crisis que ya sumergió en la recesión a Grecia, España y Portugal, las tasas de crecimiento de Brasil, Argentina y otros causan admiración. La última Cumbre Iberoamericana, reunida en Cádiz en noviembre de 2012, dio cuenta del reflujo del "paternalismo" de los países Europeos, sobre todo cuando España y Portugal valorizaron el dinamismo de sus excolonias al mismo tiempo que las incitaron a… ¡invertir en sus respectivos países! No obstante, pienso que los países europeos nos llevan la delantera en cuanto a la consolidación de una utopía común para responder a las exigencias de esta nueva época planetaria. Las poblaciones de la tierra tienden a constituir grandes conglomerados para "pesar" en los destinos del género humano. Y viviendo en Europa, vemos muy claro los grandes esfuerzos que tiene que hacer cada nación para evitar que la dispersión perdure. Es por eso que me parece decisivo para las nuevas generaciones que la Unión Latinoamericana sea LA gran ambición de nuestros dirigentes para el siglo XXI. Tenemos el gran capital del acervo cultural común. La nueva situación política de Latinoamérica nos hace ilusionar con una alternativa comunitaria de clara connotación social para nuestro continente. Y tengo muy en mente los discursos de Fidel y Allende ante las Naciones Unidas, propósitos que en aquella época encontraban eco sólo en las fuerzas de izquierda del continente, mayoritariamente en la oposición.

–En septiembre de 2013 se cumplirán 40 años del golpe de Estado y del asesinato de Allende. ¿Cuál es el balance que pueden hacer de la sociedad chilena desde la distancia?
–La coalición de partidos de centroizquierda que tomó el poder después de la dictadura y que gobernó el país por 20 años tuvo la gran virtud de asegurar el retorno a una cierta paz social, consolidando poco a poco algunos de los valores propios de una democracia moderna. Pero lo hizo prolongando políticas heredadas del gobierno militar, lo que limitó enormemente el impacto esperado. Por ejemplo, en la economía, con la aplicación de un modelo económico neoliberal que ha rematado nuestras riquezas forestales, marítimas y medioambientales; en la institucionalidad, con la persistencia de un sistema de elecciones binominal que limita la expresión democrática; en la cultura, con el irrespeto por las minorías étnicas que ha conducido al actual drama mapuche; en la educación, con una privatización discriminante que endeuda y sectoriza a los estudiantes y sus familias. En fin, políticas que han provocado enormes desilusiones y un gran descontento. El resultado ha sido el alejamiento de la gente de la política y el resurgimiento de la esperanza populista. La elección de Piñera no ha arreglado las cosas. Porque ha sido una secuela de conflictos de intereses, con ministros y altos funcionarios que han tenido que renunciar, con una mayoría gubernamental que va de embrollos en desconciertos. Después de este interregno Piñera, es probable que el próximo gobierno sea nuevamente de centroizquierda. Se comenta que Michelle Bachelet podría ser reelegida. Sería una buena noticia, con impacto latinoamericano, por cierto, a condición de que esta vez logre realizar una política post Concertación, abierta a las demandas de fuerzas de izquierda, ahora más vigorosas.

–En un terreno más interno, ¿qué sucesos motivaron los desprendimientos dentro del grupo?
–Sin entrar en los detalles, hay un hecho de fondo, que arranca a mediados de los años ’80: el grupo deja de vivir de sus conciertos, único ingreso para cada uno de sus miembros. La lucha por la democracia en Chile pierde relevancia internacional y con ello el trabajo de Quilapayún pierde poco a poco un circuito de trabajo fundamental. A fines de 1986, nos quedamos sin casa de discos, con un catálogo en vinilo inexplotable por el cambio al CD, sin una agencia potable en Francia, sin conciertos. Como nuestra política financiera había sido la de no capitalizar nada, ni colectiva ni individualmente, sino la de entregar todos los excedentes financieros anuales a los movimientos de resistencia chilenos, solamente ahí nos dimos cuenta de que no teníamos nada y que nuestra situación devenía más que precaria. Estas circunstancias provocaban tensiones internas, diferencias sobre cómo enfrentar artísticamente una realidad nueva para nosotros: había que pasar de una política de respuesta a la demanda a una política de oferta renovada. En los dimes y diretes y los palos de ciego se nos pasaron los años, sin verdaderas perspectivas. La pérdida de confianza en el proyecto fue total. En este movimiento de fondo se inscriben las circunstancias personales. No todos estábamos en las mismas condiciones para reconvertirnos o para continuar en la música sin ingresos más o menos estables. Cada cual empezó a buscar, por aquí, por allá, la manera de subvenir a sus necesidades. En 1987, Willy Oddó se fue a trabajar a Mar del Plata en la animación cultural. En 1988, cuando cae Pinochet, Eduardo Carrasco, director en ejercicio, deja el grupo para tentar suerte en Chile en dominios alejados de la música. Patricio Wang y yo tomamos la dirección efectiva del conjunto y decidimos continuar contra viento y marea. En 1992, después de haber grabado el CD Latitudes, que no tuvo la acogida esperada, se van dos integrantes más: uno encuentra trabajo en Francia y otro en Chile. En 2001, otro se hastía de la vida colectiva y decide emprender una carrera solista. En 2002, después de haber editado el CD Quilapayún… al horizonte, otros dos integrantes, incómodos con las exigencias de la nueva etapa, dejan el grupo invocando razones administrativas. De los hechos que acabo de relatar se deduce que nunca hubo escisión en el grupo, sino salidas individuales y progresivas, voluntarias, y prácticamente todas por razones económicas. Claro, después de cada salida, humana y artísticamente, hubo que sustituir a los que se iban. Lo que hicimos poniendo el acento tanto en lo artístico como en lo político. Y es así que, desde hace ya varios años, llegamos al grupo estable, comprometido y eficaz, que acaba de grabar este Absolutamente Quilapayún.

–¿Qué sienten, más allá de odios y amores, discusiones y amistades rotas, al escuchar a los distintos Quilapayún? 
–Escuchar a los distintos grupos a lo largo de la historia nos muestra que, a pesar de los cambios de integrantes, siempre preservamos los signos fundamentales de identidad del conjunto: apego a los referentes de la tradición, expresión de nuestra sensibilidad frente los problemas sociopolíticos y societales en general, vivencia de nuestro arte como un permanente desafío de innovación. Claro, hay cambios de personalidades, de pericias, de colores en algunas voces. No es exactamente el mismo sonido escuchar al grupo del primer disco o al de la Cantata Santa María o al del actual Absolutamente Quilapayún. Pero se puede observar que, junto con resguardar el aliento interpretativo fundamental (fuerza, pasión, despliegue coral e instrumental), a cada etapa hay una mayor exigencia en las creaciones y en el desempeño, porque las distintas épocas te lo van exigiendo. Todo esto entonces es motivo de gran satisfacción y placer porque lo vamos logrando con algunos cambios de personas. Dicho esto, y como mucha gente sabe, desde el año 2003 tuvimos que aceptar la existencia de un Quilapayún Nº 2, fecha en la que varios exmiembros decidieron reagruparse. Como, a pesar de todo lo que digan y de sus intentos por reescribir la historia, sus motivaciones de fondo son eminentemente comerciales, ahí no hay una preocupación por la innovación ni por la excelencia artística. Al punto de aparecer como un grupo reseco que vive del repertorio y de las glorias pasadas, sin proyecto artístico. Si le agregamos que viven desparramados entre Europa y Chile, aunque se publicitan como un “Quilapayún de Chile", sin posibilidades reales de funcionar con exigencia y método, comprenderás que observemos su existencia y sus producciones como un chichón del Quilapayún.

–¿Por qué siguen viviendo en Francia y no regresan a la región?
–Como somos todos bien chilenos todavía, el regreso a la región no podría ser otro que el regreso a Chile. Y dado el apego que le tenemos al grupo, por el momento queremos definirlo colectivamente. Pero, ya es difícil para una familia, imaginemos para siete familias. Además, todos tenemos familias francesas. ¿Hacer emigrar a esposas e hijos, con sus trabajos, sus escuelas? Difícil. Vivir solamente del arte en Chile es incluso más complicado que en otros lugares del mundo. Creo entonces que en las circunstancias actuales sería necesario al menos un apoyo institucional en torno a un proyecto. Pero esto, además de ser inédito, está muy lejos de las preocupaciones de los actuales gobernantes. Veremos si en el futuro podemos inventar algo aunque sea de manera individual, pero tratando de preservar nuestro colectivo. Porque, sobre todo después de este disco y tomando en cuenta que hay savia joven que regenera nuestra substancia, tenemos la posibilidad de continuar con un Quilapayún renovador por bastante rato todavía.


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