domingo, mayo 13, 2012

Reencuentro con Violeta Parra




El Mercurio

Rescatamos esta nota publicada por El Mercurio el día 26 de diciembre de 1999, en donde el compositor Miguel Letelier Valdés recuerda las circunstancias del registro de "Composiciones para guitarra", disco de Violeta Parra que había sido editado durante el año 1999 por el sello Warner.

En el Parque Forestal de Santiago, en lo que era una especie de feria de arte popular, donde mayoritariamente predominaba el mal gusto, observo un pequeño tumulto. Me acerco y veo en su centro a alguien, con un pelo oscuro, la cabeza gacha, lo que impedía ver su cara, tocando y cantando algo tan extraordinario que, sin salirse del marco folclórico, constituía una música distinta a todo lo que yo conocía hasta entonces. Violeta - era ella- terminó de tocar, levantó su cabeza y cuando el grupo de oyentes ocasionales se dispersó me acerqué y le pregunté estupefacto: "¿Qué es lo que tocabas?". - "Es mi última composición", me responde. "Se llama El Gavilán. Alguien me destrozó el corazón". - ¿Lo tienes grabado, escrito? - "No, lo toco de memoria". Esta respuesta me espantó y le dije que eso no podía seguir así. De ahí su invitación de su casa a grabar. (Nunca hubo grabación en mi casa, como erróneamente se indica en el último CD de sus obras.) Esta grabación de obras de Violeta Parra me impulsó a rememorar esa época maravillosa en que yo me adentraba cada vez con más asombro en la personalidad de un verdadero artista. Modestia, simplicidad, espontaneidad y, por qué no decirlo, un toque de ingenuidad, rodeaban esta figura sentada con su cabello sobre la cara, inclinada en su silla con la guitarra. Nuestra amistad se remonta a los viajes y estadas que ella hizo a Rungue, en la Laguna de Aculeo, donde existía un importante acervo de material folclórico celosamente guardado por mujeres y hombres campesinos, descendientes de familias provenientes de Los Andes y Alhué.

Rodeados de un ambiente absolutamente rural, en una casita de madera en La Reina - estamos hablando del año 1964- , con el sol despuntando de las cumbres andinas, una brisa matinal vivificante, un gallo impertinente cacareando sobre una mesa donde había media sandía, una damajuana de vino y un vaso a medio llenar, nostálgico de trasnoche, nos instalamos a trabajar sin límites de tiempo y de espacio. Ella con su guitarra, y yo con mi grabadora, papel de partitura, lápiz y goma de borrar. Lo primero, antes que nada, El Gavilán.

Este poema dramático - no es otra cosa- constituye a mi juicio la sublimación del folclore chileno. Yo diría más aún que las "Anticuecas", pues en aquél se involucra un texto. El relato va presentando a modo de friso el drama pasional de quien se siente destruida por un amor mentiroso. "Veleidoso", "ingrato mal avenido", "pretencioso", son algunos de los términos con que la autora anatematizada a tan cruel y despiadado amante. (Ella ya no lo quiere. Dice al comienzo: Yo te quise. Tu me hiciste un juramento y yo te creí). Luego relata su huida al monte (nótese: Ella no huye por una calle o a campo traviesa; ella huye hacia el cerro, un cerro poblado de arbustos espinosos, de litres y quillayes), sintiéndose perseguida. Desoyendo imprudentemente las advertencias de la gente que le señalaba que el gavilán "tiene garras", decide correr "monte arriba", para refugiarse en la cima y desde allí tal vez combatirlo desde una posición más estratégica, en el sentido real y figurado. Sin embargo, estallan los truenos y la "confunden los siete elementos". Ya está perdida ("de mi llanto se espantan las aves/ mis gemidos confunden al viento"), finalmente cae víctima del gavilán, quien le destroza las entrañas. Pide ayuda: "ay de mí", pero nadie la escucha. Está sola, víctima del amor que creyó sublime y que terminó en algo brutal.

Al interpretar ella la obra, la transforma formalmente en un caos, ya que su escaso conocimiento de formas musicales le impide organizar el material en forma lógica. Sin embargo, analizándolo ordenadamente, se llega a una sucesión de secciones comparables a la técnica de Stravinsky en "La Consagración de la Primavera". Estas son totalmente independientes entre sí, desde el punto de vista de la génesis formal. La graduación dramática de estas secciones va desde una cueca a dos voces, al principio, hasta una sucesión de acordes disonantes, al final, en ritmo binario.

Composición intuitiva

Violeta no sabía escribir música. No conocía ni a Debussy ni a Stravinsky. No podía anotar en un pentagrama sus composiciones. La simple audición de estas obras - no ya el análisis- llama poderosamente la atención a un músico. La base rítmica, armónica y formal del folclore chileno de la zona central del país en su manifestación más generalizada, esto es, la dupla cueca- tonada, es llevada por Violeta a un nivel de estilización y desarrollo desconocido y no sobrepasado hasta hoy.

El Gavilán comienza con una sucesión de terceras, algunas mayores y otras menores, que producen desde la primera nota una sensación ácida e inconfortable que refleja - en forma genialmente descriptiva y artísticamente impecable- su dolorosa desazón al desenmascarar y culpar al causante de su drama. Los ejes tonales se desplazan en forma ambigua de tónica a dominante recurriendo a continuos cromatismos para su movimiento. Este hecho - el cromatismo- , reiterado deliberadamente, es totalmente ajeno a todo lo conocido en folclore hasta este momento.

"¿En qué quedó tu palabra / ingrato mal avenido? ¿Tal vez te habrás olvidado / que hiciste un juramento? / juramento sí / si, si, si, si...". Las cuartas de esta sección dan un cariz perentorio a la acusación. Estos intervalos son más duros auditivamente que las terceras o las quintas. Sólo un talento innato fuera de lo común intuye esta abstracta relación intervalo-intencionalidad, sin haber pasado por un curso más que elemental de análisis musical o conocer muchísima música de todas las épocas. Sin embargo, un apoyo tonal permanente en el bajo (pedal, en música) dulcifica el pasaje. Mal que mal, el amor aun en estas circunstancia tiene un dejo de dulzura.

Una nueva sorpresa se manifiesta ante el oyente en la sección siguiente. El ya citado texto "tanto que me decía la gente" se involucra en una armonía de escala por tonos, combinada con cromatismos que se producen al alternar terceras mayores y menores. La autoacusación de la autora por no haber considerado las advertencias de la "gente" adquiere en la música un carácter contrito, extraño y bellamente sombrío. La mezcla de lo vernáculo y de lo hispano (¿un lejano Albéniz?) adquiere caracteres de síntesis perfecta, de una rara sutileza y refinamiento artístico poco común. Los gemidos y las lamentaciones se arremolinan en un espiral armónico, logrado con la máxima economía de medios.

En este momento aparece - "viene"- quien terminará por destrozarla, esta vez físicamente, Violeta usa el acorde de 9 con todo desparpajo. Las sílabas ga - vi - lán están al servicio de cada nota; ya no importa deformar el término ni ponerlo al revés, ni acentuarlo donde no corresponde. En esta lucha final todo se destroza, incluso el vocablo gavilán. Las 9 huecas como puntos de apoyo seguidas por cuartas figuradas endurecen el total armónico simulando una desesperada defensa ante el atacante. La llegada definitiva del gavilán junto con los truenos se representa por un motivo rítmico binario - ya no más cuecas y tonadas- que da aún más dureza a la escena y las disonancias se suceden a distintas alturas, lo que yo llamaría una "sublimación" de los elementos folclóricos.

Finalmente, ella muere a manos de El Gavilán. Una sucesión de acordes disonantes de 6 notas, repetidos en forma de ostinato, siempre en tiempo binario, constituye el clímax de la obra.

Junto a esta extraordinaria creación, están las "Anticuecas", numeradas del 1 al 5, cuya versión original fue grabada en esta misma oportunidad.

Son piezas, yo diría, aún más intelectuales y abstractas que El Gavilán. Algunas de ellas adquieren características de ejercicios para guitarra. Otras, sublimizan - otra vez el término- el folclore, esta vez exclusivamente la cueca.

La búsqueda que Violeta Parra emprende en las "Anticuecas", sobre todo en algunas de ellas, lleva a la convicción de que la compositora intenta salirse del marco estilístico preestablecido, incursionando en terrenos que, si bien le son desconocidos a su mundo sonoro, le resultan llanos y fáciles en su intuición de ir siempre "más allá" en el esquema musical vernáculo. Nuevamente en esta obra se funde lo hispánico y lo ancestral - lo "telúrico", como diría Ariel Ramírez- de una manera a tal punto homogénea, que pareciera que ello existió desde siempre.

Entre las otras obras que aparecen en este CD destaca una deliciosa canción llamada "La noche de San Juan". En estilo tradicional, no exento de cierta ingenuidad, pero con marcado sello personal (el permanente uso de la tónica con una 7 agregada), se va repitiendo una armonía bajo una tierna historia de una familia de palomos, que de cuatro en cuatro van siendo muertos por un cazador y su "maldita carabina". Los 12 comensales, mientras devoran a los palomitos, advierten el arma asesina entre unos cardenales. Las pobres aves están ahora en una "nube del cielo", tal vez junto a San Juan.

Nada más bello, triste y delicado creo que pueda haber producido nuestro folclore. Felicitamos vivamente a quienes han hecho posible la reconstitución de estas obras a partir de su original.

*Miguel Letelier Valdés es profesor titular de la Facultad de Artes de la Universidad de Chíle y Miembro de Número del Instituto de Chile.

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