lunes, abril 30, 2012

Joel Maripil, músico mapuche: “El trabajo era una fiesta, hoy es como una maldición”




El Ciudadano

Investigador, recopilador, compositor; gestor de la orquesta de niños mapuche de Tirúa y Puerto Saavedra, incansable trabajador por la pervivencia de la cultura y la música lafkenche, en su primera producción musical expresa sentimientos individuales y colectivos, cuyo pulso conecta con los latidos universales, más allá de lenguas y banderas.


Joel Maripil (40), va saliendo hacia la Municipalidad de Puerto Saavedra, donde trabaja como asesor dos días a la semana. El resto del tiempo desarrolla iniciativas autogestionadas en su comunidad Kechukahuin del Lago Budi, en el borde costero cerca de Puerto Domínguez. Lo hace de forma voluntaria, sin retribución monetaria.

Pero con la tranquilidad de los paisajes que lo rodean, se da el tiempo de hablar de su música, la vida de su pueblo, y lo que hay detrás de su primer disco, “Akun Awkin” (o “La llegada del Eco”), producido por Delestero Realizadora: Un CD de 14 canciones, más un DVD con cuatro videoclips grabados en su comunidad y en la Octava Región, que recogen de manera simple y luminosa, el espíritu de sus composiciones.

-¿Qué motivaciones hay detrás de “Akun Awkin”?

-Como dice su nombre, es para que la gente no crea que este pueblo ha muerto. Está vivo, tiene su idioma, su arte, su música. También, de alguna manera, quiere mejorar el autoestima de mi gente, que ha sufrido mucho. A los mapuche que están en las ciudades cuando escuchan esta música les vuelve la alegría, la emoción, como cuando yo era chico; se sienten vivos. Es increíble lo que le pasa a un mapuche que está en Santiago o por el norte. No entienden su idioma. Sólo saben que son mapuche. Algunos, cambiaron su apellido. Si yo los veo, sé que son mapuche, y a mi me da una tristeza de ver eso… pero ¡por eso sigo cantando con más fuerza! ¡Eso es lo que me llevó a grabar un disco!

Maripil viene llegando de una breve gira por el norte de Chile. Tocó en San Pedro de Atacama y en el Valle del Elqui. Ahí pudo reconocer el asombro y emoción que su música provoca en las personas.

-¿Cuál es el lugar que ocupa la música y el canto (Ul) en la cultura de su pueblo?

- En todo momento… Por ejemplo, cuando uno quiere aconsejar a otro es mejor hacerlo cantando….

-¿Como en “Rukan”?

-Claro, esa es una canción que expresa que voy a hacer mi ruka antes de casarme, y me lo aconseja un viejo amigo entendido en la materia de la vida. Otra que se llama “Guaguakui Newen” invita a que sigamos unidos para recibir sabiduría y días bonitos. El “Muley muley may” indica que todavía sigue la alegría… que antes estaba sin autos, sin celular, sin casas pintadas, sin cemento, sin televisión. Y ahí estaba muestra música. No estaban las escuelas donde se encerraba  a los niños. Y los mapuches eran papás de todos e hijos de todo… Cuando un niño salía de una casa y lo encontraba otro por el camino, ese lo acogía, entonces de casa en casa estaba envuelto de consejos, de valores. Por eso antes no había cárceles. Hoy, aunque haya mucha fuerza, mucha pólvora, la gente está peor. Para nosotros la mejor pólvora es el consejo mismo… y ahí estaban los cantos, la belleza de la vida.

“YO TRATO DE SER RADICAL”

-¿Por qué optó por utilizar una instrumentación tradicional y mínima: Pifulka, trutruca, Kultrún?

-Eso es lo que corresponde, si no sería una fusión, como cambiarse de apellido para no sentirse mapuche.

-¿Qué opina de las fusiones que hacen otros músicos mapuche, con electrónica o  pop, por ejemplo?

-Aquel que fusiona es porque no conoce a fondo la belleza de su cultura, y, tal vez, porque busca popularidad; cree que así a la gente le va a gustar más y va a tener más público.

-¿Cómo maneja la relación entre tradición e innovación en la música que usted hace?

-El joven mapuche dice que la música es triste, que es muy apagada. Pero eso lo dice porque ha vivido otra cultura; ya no es mapuche su manera de pensar. Con mi música yo le digo: “Esta es tu verdadera identidad”, por eso yo trato de ser radical. Pero además, yo hago que sea más moderno, con otras melodías, porque eso permite que aun no conociendo mi idioma la persona que escuche sienta cosas.

-En esa necesidad de explorar otras cosas, ¿se nutre de músicas no mapuche?

-A mi me gusta toda la música, pero específicamente la música del Oriente, la música árabe, de Africa, de Perú, de Brasil…

-¿Ve similitudes en estas músicas con la música de su pueblo?

-Bastantes. Lo noto en lo espiritual, es una música que recorre tu cuerpo.

-¿A qué apunta el tema “Kayukeu”?

-Dos amigos salían juntos y se acostumbraron a beber alcohol. Después pasaban todo el día curados. Pero uno de ellos se dio cuenta que no era correcto y recurrió al canto para decírselo a su amigo. Por qué nos sentimos mal, por qué no nos saludan ni nos invitan; hemos perdido nuestra dignidad y tenemos que dejar de ser así. “Eso es lo que te quiero decir, Kayukeu, y no te lo voy a decir más porque ya lo haz escuchado”.

-Es una canción con fines de enseñanza…

-Si, por eso yo soy tan crítico del Tito Fernández, El Temucano. Porque el dice “anduve una semana tomando. Me gusta el vino porque sale chorreando de la uva, de la pera hasta los pies, de los pies a la pera…”. Entonces, ¡cuántos años enseñó a tomar este hombre! Por eso para nosotros el arte es muy importante, hay que hacerlo bien para enseñar a la gente.

-¿En su comunidad hay muchos casos así?

- Es que el mapuche es tan alegre y el alcohol lo pone más alegre. Yo acá soy la autoridad, un curadito me ve y se esconde. Me piden disculpas. Yo comparto, pero yo soy muy ordenando porque yo conduzco las cosas acá, que están medio muertas. En vez de decirle “no tomes más”, uno en la vida tiene que aprender de todo: El trago usted lo maneja, debe hacerse responsable. Puedo tomar todo lo que quiera pero nadie lo va a ver de mala forma.

-A propósito de “Kudi Ñi Ul” (“La canción de la piedra de moler”), ¿cuál es la relación del mapuche con el trabajo?

-El trabajo era como una fiesta, no como hoy, que es una maldición. El trabajo era lo mejor, la gente se juntaba. Yo cuando era chico alcancé a conocer eso. Felices se gritaban desde lejos para ir, todos llenos de chistes, sembrando trigo, arando, sacando papas. Eso cambió por la intervención: Por el tener, el consumismo, la competencia, la televisión. Hoy la gente trabaja para competir con el del lado, eso acá en el campo también se da.

En la música de Joel Maripil se dan la mano la tradición sonora y las exploraciones de un creador que canaliza en sí la ritualidad y utilidad de las músicas étnicas. Humilde, sabe el efecto ensoñador que provoca en el oyente. Pero en él, el sueño es un elemento esencial, más allá de los recursos: “Mi gran proyecto ahora es formar una orquesta, con músicos y bailarinas, de alto nivel. Donde se toque trompe, pero de una manera increíble; donde se toque trutruka, y que la gente quede admirada”, concluye.

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