sábado, enero 28, 2012

El cierre de Megaupload desata la guerra entre Hollywood y Silicon Valley

 


El Mercurio

Hace una década, la irrupción de Napster supuso el primer round entre la industria del entretenimiento e internet. Aquí, una mirada a un conflicto que vive su mayor escalada. Javier Contreras

Se acabó la tregua con internet. Como nunca antes, la industria del entretenimiento está mostrando los dientes desde todos los frentes. Simultáneamente, desde el plano legislativo al judicial, diversas acciones en las últimas semanas han puesto a la red en el ojo del huracán. La consigna por la defensa de los derechos de autor nuevamente colisiona con la libertad de los usuarios de la web de compartir archivos en línea. El cierre del servicio Megaupload es sólo el último eslabón de una cadena de iniciativas que han procurado poner fin al uso indiscriminado de material protegido. Pero también es el llamado de atención de una industria que se rehúsa a aceptar que internet le cambió las reglas del juego para siempre, privándole de las suculentas ganancias que la distribución de ese material le reportaba.

Fue en 1999 cuando todo comenzó. Shawn Fanning, un joven programador de Boston, quería compartir su colección musical de Mp3s con un amigo e ideó una manera de transferirlos remotamente. Era el germen de Napster, el primer sistema de intercambio de archivos de computador a computador (P2P), que salió de las fronteras de los campus universitarios. El servicio vino a cambiar la lógica del consumo musical, ya que permitía compartir a los usuarios, a través de un servidor común, los archivos que alojaban en su discos duros. De pronto, ya no era necesario comprar álbumes. Era una costumbre en aquellos días adquirir un álbum no por la obra en sí, sino por el single de moda. Pero con Napster, bastaba con descargar el Mp3 del tema en cuestión y el consumidor se ahorraba no sólo el dinero, sino también no tener que poseer las canciones que no quería. Es por eso que cuando comenzó la masificación del servicio, en la industria musical encendieron las luces de alerta. No había que especular demasiado para predecir que las pérdidas para el mercado serían catastróficas si el crecimiento de Napster se mantenía. Y tomaron el toro por las astas.
En diciembre de 1999, varios sellos discográficos, agrupados en la RIAA, demandaron a la emergente compañía por la distribución ilegal de material protegido. Lejos de contener su auge, el litigio sólo lo amplificó. Napster se convirtió en fenómeno mundial y junto con la llegada del milenio, una nueva era para el consumo cultural daba sus primeros pasos. Internet reformulaba la manera de acceder a los contenidos, saltándose al intermediario tradicional -la industria- y entregando completa libertad al usuario para disponer de ellos y de manera gratuita.

Pero la industria contraatacaría. Y esta vez no sería una reacción a nivel ejecutivo. Serían los propios músicos, los dueños de los derechos de autor, quienes dirían basta al uso indiscriminado de sus creaciones. Lars Ulrich, baterista del grupo de rock Metallica, puso el grito en el cielo cuando a través de Napster se filtró un demo de "I dissapear", tema compuesto por el grupo para la banda sonora de la segunda parte de "Misión imposible". Luego, Madonna sufriría igual suerte con el primer single de su disco "Music". Ulrich se declaró enemigo público de Naspter y entabló un juicio en su contra. Era el principio del fin del servicio. En julio de 2001, un juez ordenaba el cierre de los servidores para poner fin a la "masiva violación de los derechos de autor", además de obligar a la compañía a pagar US$ 36 millones por daños a la industria.

¿La misma historia diez años después?


Pero la lapidación de Napster estuvo lejos de suponer el fin del intercambio de archivos en línea. El formato era fácilmente replicable y, en un medio desregulado como internet, no tardaron en aparecer símiles. Servicios como Audiogalaxy y Kazaa tomaron la batuta, y a medida que la presión de la industria los sofocaba, otros nuevos emergían, entre ellos Soulseek o Ares. Otra pequeña revolución vino en 2003 con eMule, uno de esos herederos de Napster, quien expandió la oferta a contenidos más allá de lo musical, al incorporar películas y series de TV. El asunto ya no se limitaba al negocio discográfico: ahora amenazaba a toda la industria del entretenimiento. Conforme avanzaba la década, sellos, productoras y estudios de cine se veían superados por la sorprendente capacidad de regeneración de internet: por cada sitio cerrado, nacían tres nuevos. A la par, nuevas tecnologías diversificaban el acceso a contenidos gratuitos: surgía la plataforma torrent y, tiempo más tarde, servicios de almacenamientos de archivos como Rapidshare y Megaupload. Pero en silencio, la industria orquestaba su último golpe.

Una investigación del FBI a esta última compañía fue la estocada definitiva, caso que explotó hace un par de semanas. Acusados de "crimen organizado, extorsión y lavado de dinero y pérdidas a la industria por 500 millones de dólares", Kim Schmitz, fundador de Megaupload, y otros tres socios fueron detenidos, mientras que el sitio se cerraba indefinidamente. La medida ocurrió la misma semana en que se discutía en el congreso de EE.UU. la aprobación de dos leyes (SOPA y PIPA), que proponían la regulación de internet para salvaguardar los derechos de autor. Coincidencia o no, el escenario desató una guerra abierta entre Hollywood y Silicon Valley: ya no se trataba sólo de la piratería; ahora, en nombre de ella, se podía limitar el uso general de la red. Gigantes como Google, Wikipedia, Facebook y Twitter manifestaron su repudio a los proyectos de ley con distintas acciones, logrando detener por ahora el trámite legislativo.

Mientras, la red hacker Anonymous atacó portales del gobierno estadounidense, así como sitios de sellos discográficos. Lo que se sabe es que la industria esta vez no dará su brazo a torcer. La caza de brujas a sitios de descarga ilegal continuará. De hecho, Filesonic, servicio similar a Megaupload, optó por lo sano y cerró por su propia cuenta. Y en la esfera política, ha trascendido que los proyectos de SOPA y PIPA no se retirarán, en particular porque para la administración de Barack Obama el tema de los derechos de autor es fundamental para frenar la invasión comercial de China. Todo indica que tiempos difíciles se avecinan para los internautas, los que en definitiva tienen la última palabra: o ser cómplices de la piratería o defensores de la libertad.

Muchos piensan que el cierre de Megaupload se debió a que pensaba transformarse en el nuevo iTunes, pero con un innovador sistema que prescindía legalmente de los sellos. 

La piratería en internet

Para Rodrigo León, abogado experto en propiedad intelectual, el diagnóstico es claro. Según el profesional, tanto las leyes que se discuten en el Congreso de Estados Unidos como la investigación contra Megaupload van en la dirección correcta. "El intercambio no regulado de archivos en internet es piratería. Es como si un periodista escribiera un artículo y cualquier medio lo pudiese publicar sin que el escritor recibiese un pago por ello. La presunta libertad de los usuarios de internet de compartir sus archivos no puede pasar a llevar ese principio", asegura. Y agrega: "La piratería siempre va a existir, es un hecho, pero lo que falta es reducir su campo de acción en internet, como en cualquier otro soporte".

Sí reconoce que la industria del entretenimiento ha reaccionado lento al escenario gatillado por Napster y que hoy vuelve a ser noticia. "Los sellos y productoras debieron haber seguido el ejemplo de Steve Jobs. Él tuvo la visión, a través de iTunes, de que las reglas habían cambiado y que, ante la competencia de los contenidos ilegales, había que bajar los precios para reencantar a los consumidores. Y vaya que le resultó", concluye.

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